La noche estaba fría. El piso estaba mojado, en el cielo ya no quedaban signos de lluvia. EL humo se encontraba en un estado extraño y se desprendía de las bocas como una sustancia aérea densa. Era como si rehusara a dejar a sus victimas, extasiadas por el veneno.
Caminaba apurada como siempre lo hacia. El barrio tantas veces concurrido lo conocía de memoria. Lo visualizaba todo como un gran hotel, o una residencia mejor dicho. Conocía el polvo de los rincones de algunos cuartos, como conocía el olor de las sabanas de algunos habitantes.
Sabia que pasillos evitar, y a que hora se servia la comida caliente.
Nadie la había llamado esa noche, nadie había vuelto a pensar en ella. Sin embargo, y para la sorpresa de algunos, su inusual forma de tocar la puerta no paso desapercibido y todos salieron a recibirla al umbral. Un hombre alto, de piel seca, se abrió paso y le dijo con voz ronca:
-Tú sabes que aquí no se reciben mendigos.
Cuantas veces esa misma voz, había atravesado su piel de papel haciendo sus ojos ver la luz.
Ahora, áspera, la hizo despertar de su rutinaria conducta. No había sido hasta ese momento en que se dio cuenta de donde estaba. Nunca se propuso ese destino, cuando salio a deambular sin dirección.
Su cara lo decía todo. Tenia una expresión de pánico, que algunos interpretaban como vergüenza, miedo a no ser aceptada nuevamente. El sabía la verdad de su mirada. Su flecha, penetrante, no era más que una oportunidad, la oportunidad de ser libre. Su voz era fuerte, pero en su interior rogaba a dios, como nunca lo había hecho-que apele a este momento de extrema cordura y claridad que le ha otorgado mi flecha, que muera, pero desangrada de amor, no de placer.
Luego de una fracción de segundo, cuando su alma se volvió a incorporar, dejo el umbral sumida en el mismo silencio con el que llego. Quiso llorar, pero no pudo. No lloraba hace años y solo quiso hacerlo por una pequeña reminiscencia del pasado, un recuerdo que le cantaba lo glorioso que la hacia sentir, dejarse llevar por los brazos de dios. No sabía por que, pero cuando Raúl la miro a los ojos, escucho sus plegarias. Ya casi no sentía emociones, pero dentro de su sequedad logro encontrar un poco de gratitud hacia el, y decidió partir para devolverle la mano. La noche ya se acababa para ella, pero no pudo evitar sonreír un poco al final. Ella ya estaba muerta, no habían lagrimas que rodaran por su cuerpo, ni menos sangre que fluyera por sus venas, pero tal vez, Raúl encontraría su alma de nuevo y la saldría a buscar, como el hombre que solía ser, un hombre libre. Poco a poco dejo que el frió se apoderada de lo que quedaba de su carne. Cerró los ojos y se dispuso a esperar.
jueves, 12 de junio de 2008
La noche estaba fría...
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2 comentarios:
Me traspaso la desolacion de la protagonista , re gueno
wau!
y dificil tareas me han encomendado
y creo que
este si
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