domingo, 19 de octubre de 2008

Cuentos para ir a la cama tristes, para niños adutlos.


En un lugar ruidoso, lleno de gente se encuentra Ana y su mejor amiga. Hace mucho tiempo que querían verse. El tiempo las había distanciado y un reencuentro era inminente, pues su amistad comenzaba a extinguirse, lentamente bajo la mirada copiosa de un sol ardiente.


Cuando las hojas reverdecían y la risa era quien completaba el trío, el cabello de Ana solía ser trenzado por su amiga en símbolo de esa trinidad, trilogía perfecta de altibajos repleto de emociones y sentimientos diferentes, que en un torbellino de aventuras era guiado de la mano por el hilo conductor del humor. Pasara lo que pasara siempre guardaban una risa. Una risa de honesta alegría, de ironía apacible, una risa de compasión, una risa triste, una risa chistosa, una risa escandalosa, a veces, hasta risas silenciosas. Risas curiosas que se asoman por los ojos, risas que habitan con plena confianza en la boca. Risa que esclaviza al abdomen. Infinidades de infinidades transcurrían entre el cuerpo de ana y de su amiga.

incluso el tiempo.

Ana le pidió que le trenzara el cabello, lo había lavado especialmente para la ocasión y llenado de delicados perfumes y aceites hidratantes. Resplandecía en su máximo fulgor, hubiese evocado a cualquiera suaves sedas o el seno de una virgen deseoso de ser acariciado.

Comenzó a trenzar desinteresada mirando el alrededor. Era un lugar nuevo al que ninguna de ellas había asistido antes. Era una especie de galpón y ellas se ubicaban en el segundo piso, apoyadas contra una baranda cercana a la escalera. La música era fuerte y llamativa, el lugar estaba repleto de objetos novedosos y gente extraña- Hombres con enormes narices y mujeres con brazos largos. Debe ser una especie de representación teatral, pensó, si no, como seria posible tal conjunción de personajes inéditos? Deben ser actores con corazones llenos de historias por contar.

Su cuerpo que había trenzado tantas veces los cabellos de Ana recordaba a la perfección el movimiento necesario para llevar a cabo la tarea. Lo hacia con tal diligencia que sus dedos parecían deslizar sobre el agua. Los pensamientos en su cabeza bullían a una tasa peligrosa y sentía un inconmensurable impulso por salir corriendo. De pronto un hombre de proporciones incorrectas se le acerca y le toma la mano. Ella acepta.

El corazón de Ana palpita más fuerte que nunca. Se llena de una sangre renovada de vigor. Se hincha de tal manera que al momento de bombear ella teme su porpia muerte. El suave tirón que siente sobre su cabeza cuando su pelo es trenzado le produce un placer inexplicable. Se siente segura como en los brazos de su madre, cuando de pequeña se alimentaba del seno de esta. Una sensación tibia le embarga el corazón. Piensa que corre el riego de quedarse dormida.

Ana se dio vuelta y no encontró a su amiga, en vez de ella habia una extraña parada a su lado, una extraña que babeaba que le estaba trenzando el cabello. Una sensación de desagrado la embargo de pronto y se alejo de esta persona, de mirada vacía, desconocida, que a pesar de haber sido alejada de la cabellera persistía en la acción de trenzar.

Que cruel abandono el que había sufrido Ana cuya amiga había partido hacia un viaje inalcanzable en los maravillosos confines de la imaginación. Una maquina que esta constantemente mutando, no solo su superficie si no que en todo su interior.

Ana había pensado que repitiendo aquel ritual símbolo del apogeo de su amistad, tiernos recuerdos invadirían el pecho de su amiga y el vínculo entre ellas quedaría reestablecido. Sin embargo, su amiga quien nunca había sentido sed de nostalgia, pensó generar el reencuentro a través de la interacción, basandolo en sus nuevas aptitudes y parámetros.

La dulce y romántica Ana esta sentada en el piso mirando a través de la baranda a su amiga danzar. El dolor que siente transversal, epiyectivo y sistémico, la inmovilizan y la escalera a la mano de la vista se encuentra eternamente lejana de sus posibilidades.


La fiesta termina, Ana es removida sobre la pala de la señora que realiza el aseo. Una vez en la calle un viento suave le besa la piel y el polvo le absorbe las lágrimas. Solo le queda una risa retorcida que la acompaña y el amoroso abrazo de los rayos solares.




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