martes, 25 de noviembre de 2008

Mi último pensamiento


Nunca te dije mi nombre, al menos no como realmente me llamaba. De que podría servir ahora, que me encuentro en este estado, en estas condiciones, como un hombre abandonado, con algo más que mis piernas rotas, esperando la muerte.
El ingles me gritaban, pero en tu boca, que dulce sabía aquella palabra, la forma en que solía existir, resplandeciente bajo tus ojos llenos de brillo para mi.


El sol caía lento, cuando acariciaba suavemente tus cabellos. Ah, que tiempos aquellos, cuando de niño jugaba a la guerra, y era mi madre quien me perseguía, no la soledad obsoleta ni la noche apremiante. Yo me acuerdo de tus pasos tímidos, primera mujer de quien probé un trozo del cielo. Cuando te escapabas por entre las sabanas, y de repente me regalabas una mirada. Me acuerdo de mis manos deslizando por tu aroma, a claro de luna y vendabal de verano. Me acuerdo de mis tardes, eternas extendidas sobre el tiempo, sentado sobre una nube, disfrutando del vaivén del mar. De las horas que pasábamos...
Y tú te hacías la inocente, desvergonzada. Pero me hacías reír, siempre con tus miradas indecisas, lascivas. Te tengo congelada en mi mente, inmortal, inmóvil también, como una foto. Con tus cejas finas, tus manos de seda, y tus ojos, que me invitaban a no se donde, a donde quiera que me hayan llevado, y donde llegue a acabar.

Por que no me dejaste quedarme, yo que te hubiese amado tanto. Como los pequeños granos que caen de los relojes de arena, pacientes, sin aburrirme, a pesar de estar enjaulado entre cuatro paredes de cristal. A pesar y por sobre la monotonía. Te hubiese amado hasta en el odio mismo, que es esta vida que se lleva hoy en día. Pero me dejaste ir, con lágrimas en los ojos, pero lágrimas todos lloramos, lagrimas que se secan y se evaporan. Yo también te olvide, claro, seguí andando, conociendo nuevos sabores, texturas y tersuras.

Que es un soplo la vida, quien decía eso estaba en lo cierto. Ahora que me muero, que desvanezco que daría yo por volver a probarte, en solo una mirada, en una prolongada lamida. El amor, el amor, que me importaba a mi el amor antes. Nunca me ha importado, siempre supe reemplazarte bien, cuando entraba la noche y me escocían las manos, cuando el sol se alejaba como aquellas tardes en Desembocadura. Te dije que volvería, claro, y tu me creíste o al menos, eso me hiciste creer. Me pregunto si me seguirás esperando, o con otro, si es que estarás con otro. Patético, que más podrías pensar de mi, postrado en esta posición, esperando, esperándote. Tirado como un perro y solo logrando concebir pensamientos de ti. María, María, aun que nunca te enteres, aunque nunca lo sepas, fuiste mi único pensamiento antes de partir, antes de volver para siempre.

1 comentario:

bribona dijo...

me encanta como escribes.
es raro, porque cuando te miro, sé que hay una infima parte de ti que puedo conocer, a pesar de q en realidad no te conozca mucho... y solo gracias a tus escritos.
es extraño mirar a alguien y saber que lo conoces algo más de lo que has observado y de lo que te ha dicho o querido confesar.

un saludo espacial

y sí... tenías razón en eso de las palabras, no sé si lo recuerdes; yo sí.


nos vemos!